Hoy he asistido a una «charla motivacional» en el contexto de un trabajo de ventas. Se suponía que el grupo de asistentes ya sabíamos de antemano y en bloque qué es exactamente lo que se esperaba obtener de la charla; aunque este detalle no se ha tenido en cuenta, y no se ha verificado qué expectativas tenía cada cual, ni exactamente cual sería el objetivo de la misma.
Los discursos para resultar inspiradores han de conectar con el sentido y valor que le damos a los acontecimientos de nuestra realidad; en caso contrario tendrá el efecto contrario. Por ejemplo:
– No es una violación, es una contribución a la natalidad en el mundo
– En la guerra no hay muertes, fuego amigo
– No lo estoy vendiendo, estoy haciendo un bien social
Un discurso que invite a la violación sexual ya que con ello se contribuye a la natalidad en España, por ejemplo, tendrá que conectar con los valores del oyente, con las cosas que esa persona considere importantes y comparta, de lo contrario, la motivación a ese discurso tendrá un recorrido muy corto.
En muchos de estos discursos motivadores se caen en generalizaciones excesivas al pensar que las palabras conectan de la misma forma en las personas, que las metáforas obtienen un efecto sobre el inconsciente similar…y en algunos casos puede ocurrir, aunque la persona que la imparte no sabe exactamente cómo se produce ese efecto, con lo que no está en disposición de verificar que se ha producido, o de introducir ningún cambio en el mismo.
Como ejemplo, quien impartía esta charla partia de la premisa que «las personas la palabra más bonita que quieren escuchar a lo largo del día es su propio nombre»; y cuando bajamos al detalle de la realidad, esa afirmación es muy poco certera. Hay personas que sienten un rechazo frontal sobre su nombre, ya que tienen vinculadas a él sensaciones de conflicto y desagrado con su propia valía e indentidad.
Te invitaría a que hicieses una investigación sobre cosas que se enjuician como generales, y que contigo no se corresponde. Puede resultar muy útil.
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