Nuestra forma de mirar, de escuchar, de oler, de sentir…está condicionada por nuestra experiencia, por todos los recuerdos, por todo lo que hemos aprendido … y en base a ello estamos constantemente enjuiciando aquello con lo que nos relacionamos, con lo que creamos experiencia, admitiendo, dudando o divergiendo de ello.
Así vamos generando una identificación personal en base a lo que aceptamos, dudamos y rechazamos, ya lo integramos y funcionamos como «pilotos automáticos», lo cual nos permite ahorrarnos el «pensar». Si me declaro de «derechas, que no soporto a los gordos, me encanta el olor a rosas, dudo de si me gusta la música de Wagner y siento un rechazo hacia lo oriental», cuando me esté relacionando con algún «objeto» de esas características y como una forma de reforzar mi identidad, actuaré con el automatismo de cómo yo he aceptado ese condicionamiento, mi respuesta será dividida y condicionada.
Ahora bien, si me doy cuenta de cuales son los procesos internos que genero a la hora de relacionarme con un «objeto», si permanezco atento a ese proceso, a seguirle la pista de cómo lo hago, a los condicionamientos asociados al mismo … con mayor facilidad iré generando la habilidad de «una atención expectante», aunque neutra, para abrirme a la posibilidad de otra respuesta, que está más conectada con el «mirar directo», sin condicionamiento.
Si esta noche, por ejemplo, diriges tu atención a la luna, ¿cómo la estás mirando?, en base a las ideas que ya tienes, o miras el objeto, sin unas ideas predeterminadas, de una forma neutra, cruda, directa. Nota, el cómo haces experiencia de una forma y de la otra, para qué te puede ser útil una forma y para qué te puede ser útil la otra.
Cuando esto lo practicamos, nuestra relación con el mundo, también se va modificando, porque estamos incorporando la habilidad de mirar a las personas, a los objetos, a las experiencias de una forma distinta; y asi también nosotros abrirnos a ellos de forma distinta, lo que muy probablemente modificará indirectamente su respuesta.