La tarea en la que invertimos la mayor parte del tiempo es en conseguir que las cosas permanezcan estables, dentro de la propia dinámica de ellas. Desde una perspectiva de modelado lo podemos denominar «cambios de mantenimiento», donde existe un cambio aunque como el resultado es aparentemente el mismo, no se aprecia, no se nota como un cambio: mantenemos nuestra higiene, comer, trabajar…
En ese fluir en los cambios de mantenimiento vamos monitoreando a la vez cual es nuestro «sentir» respecto a eso, y esperamos a experimentarlo de forma negativa para entonces decidir cambiar o no. Es decir, nuestra respuesta es reactiva a aquello que ha ocurrido; y no hemos adquirido ni el aprendizaje, ni la habilidad, para estas cosas hacerlas de forma activa; es decir, no esperar a que hayan de evolucionar hacia un mal sentir y anticiparnos a ellas.
A la vez esa forma actuacional reactiva al mal sentir la hago en base a una experiencia vital que me dicta la forma en la que tengo que actuar sobre ellas para mantenerlas bajo control, en la dirección que yo quiero y así hacer que ese mal sentir evolucione. Otra cosa muy distinta, es aprender cómo hago todo este proceso, qué huecos hay en él y cómo mejorarlo.
El mal sentir es algo que hacemos a través de nuestro inconsciente como aviso de que hay algo que posiblemente no esté ajustado o que no vaya en la dirección adecuada; pero fijarlo como un medidor de qué cosas quiero cambiar, es donde estoy limitando las posibilidades de cambio, ya que éstas pueden ir mucho más allá, cuando de forma intencionada yo anticipo, planifico y actuo en el cambio; y esto de nuevo, es otro aprendizaje y habilidad.
Puedo manipular cosas para poder satisfacer mis necesidades, puedo mejorar aquello que ya funciona de una forma adecuada, puedo variar tanto la cantidad y la calidad de las cosas en las que me involucro: en definitiva ir más allá de donde estoy.
En numerosas ocasiones la cuestión problemática no está al final del hecho sino al principio, en el comienzo, en cómo eso va gestándose. Dejar de fumar es muy sencillo, cada vez que apagas un cigarrillo has dejado de fumar. La cuestión clave es cómo empiezas a activar el proceso que te lleva de nuevo a encender un cigarrillo. Si operas desde el final, estás dando por hecho que eso va a ocurrir y actuas de forma reactiva al hecho; si operas al principio estás intencionadamente moviendo las cosas en otra dirección.